Pasión y...

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    Pasión y muerte    
   

 

   
   

La palabra pasión tiene connotaciones interesantes.

En primer lugar porque deriva de un verbo del latín, que se puede traducir como sufrir o sentir. En ese entendimiento, y en lo que interesa para lo que luego expondré, se define como una emoción, como un sentimiento muy fuerte hacia una persona, que engloba el entusiasmo o el deseo por ella.

En segundo lugar, porque en sentido clásico la pasión designa todos los fenómenos en los cuales la voluntad es pasiva; es decir, cuando un individuo es pasivo por oposición a los estados en los cuales él mismo es la causa.

A los fines de este artículo, y para ilustrar la idea, imagino la relación de dos personas. Uno es el sujeto activo y el otro el pasivo. El primero hace nacer en el segundo la pasión. En la mitología medioeval aparecía un monstruo: Íncubo en la versión masculina y súcubo en la femenina, que representarían al sujeto activo de la pareja a la que estoy aludiendo. Él es psicológicamente más fuerte que el otro, quien cede a su influencia, se amolda a sus propósitos.

Quien pintó magistralmente este juego fue Shakespeare: Los celos de Otelo son generados por las maquinaciones de Yago. Hace nacer en Otelo esta pasión, que es uno de los Gigantes del Alma, como diría Mira y López. La voluntad de Otelo es pasiva. Yago la genera y, finalmente consigue que Otelo desconfíe de la finalidad de su amada esposa, Desdémona, a la que mata.

En términos de Derecho Penal moderno diríamos que Otelo es el autor del homicidio y Yago el instigador.

Relación como la descripta en Otelo constituye un tema recurrente en la obra de Shakespeare como que aparece –con otros ingredientes- en Macbeth, pues quien mueve los mecanismos psicológicos para que Macbeth mate al rey es su esposa, Lady Macbeth, cuya mayor ambición era que él usurpase el trono para ceñir la corona como reina.

Hasta aquí la literatura. Pero han pasado más de 400 años desde Shakespeare y el mundo sigue igual: siempre hay quienes influyen sobre otros para que maten o cometan otros delitos. No les llevan la mano, pero les conducen la voluntad. Y, casi siempre hay quienes general pasión y quienes la sufren, proyectándola hacia las víctimas. El Código Penal argentino amenaza con penas más graves que las del homicidio común a quienes lo hacen –entre otros móviles- por odio racial o religioso. Tendrán penas de reclusión o de prisión perpetuas. Pero además, castiga con las mismas penas al que determinare directamente a otro a cometer ese delito. El primero es el autor y el segundo el instigador. Uno, Otelo, utilizó sus manos para estrangular a Desdémona. El otro, Yago empleó sus intrigas para que Otelo la matase. Ambos, si lo hubiese hecho hoy la República Argentina sería castigados con reclusión o prisión perpetua.

Para regocijo de la cultura universal, menos mal que lo único perpetuo en ese drama es la gloria de Shakerspeare.

        

  03/2013

 

   
 

 

 

         

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