"Juegos de observación"

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  "Juegos de observación" por Nuria Lisistrata    
   

 

 

Juegos de observación.

Nuria Lisistrata.

 

“Todo esto lo tendrás que explorar… asiendo con fuerza

 tu antorcha. Por encima de todo, debes iluminar tu

 propia alma, sus profundidades y frivolidades, sus

 vanidades y sus generosidades y decir lo que significa

 para ti tu belleza y tu fealdad y cuál es tu relación con

 el mundo siempre cambiante y rodante …”

Virginia Woolf. Una habitación propia.

Entre las muchas obras del escritor y pintor Friedrich Dürrenmatt  hay un pequeño relato  titulado El encargo : Sobre el observar del observador de los observados (El Mundo-Unidad Editorial, Madrid, 1988). Ahí, en medio de cuestiones filosóficas y mitológicas, el autor  plantea un tema bastante “sintomático de nuestro tiempo” que deseo rescatar a continuación.

Según explica Dürrenmatt, en la actualidad todas las personas nos sentimos observadas, pues  cada día se inventan métodos más sofisticados de observación; el observador en cuestión puede ser el Estado observando a sus ciudadanos, un país observando a otro país, una organización de fundamentalismo político o religioso observando a sus miembros y a quienes no pertenecen a sus filas y un largo etcétera, con sus respectivas viceversas. Para el autor, la observación excesiva puede llevar a quien es observado a reaccionar de manera agresiva  y  en su intento por sustraerse de la observación puede terminar provocando las sospechas del observador, que a su vez incrementará la observación, lo que lleva a un interminable “círculo  infernal” de observar y ser-observado. Este exceso de observación queda muy bien dibujado en la conocida novela de George Orwell: 1984 , por mencionar sólo un ejemplo de los tantos que nos regala la Literatura, pero también en el reciente caso de la trama de espionaje masivo que reveló Edward Snowden.

Pese a lo anterior,  Dürrenmatt en el relato citado al principio, nos hace notar que en esta lógica de la observación es necesario considerar la otra posibilidad; y es que, si el ser humano  sintiera que ha dejado de ser observado por completo “…con el tiempo este no-ser-observado acabaría torturándolo más que el ser-observado de antes… al no ser ya observado se sentiría alguien no digno de atención, es decir no respetado, es decir sin importancia, es decir absurdo”. Por eso, según este autor, es que todas las personas nos observamos,  fotografiamos y filmamos  unas a otras; o sea,  por miedo al absurdo de la existencia frente a un Universo que  se dispersa con sus millones de vías lácteas como la nuestra, pobladas de billones de planetas iguales al nuestro “con vida e irremisiblemente aislados por las inconmensurables distancias”. Así, el autor se pregunta  quién, aparte del mismo ser humano, podría observar a otro  ser humano para darle algún sentido a su vida, ante la inmensidad del Universo.

Así, en la tesis de Dürrenmatt, mucho de lo que actualmente ocurre --incluyendo la carrera armamentista, el fundamentalismo religioso y político, el terrorismo, etc.-- sería comprensible siguiendo esta pista lógica de la observación y sus efectos. Para este autor, que murió en 1990, ya no era posible imaginar un Dios personal, pues la idea de un Dios padre y  rey del mundo, capaz de observar a cada persona y contar cada uno de sus cabellos era algo que se había vuelto impensable “un axioma de fe sin raíz alguna en el entendimiento, ya sólo era concebible un Dios impersonal como principio abstracto, como construcción mental filosófico-literaria para otorgarle mágicamente a ese Todo monstruoso algún sentido vago y difuso… pero el entendimiento también era incapaz de imaginar algún sentido fuera del ser humano, pues todo lo pensable y  factible, la lógica, la metafísica, las matemáticas, las leyes naturales, las obras de arte, la música, la poesía, todo adquiría sentido sólo a través del hombre, sin éste volvía a sumirse en lo impensado y, por tanto, en el absurdo”, precisamente por falta de quién estuviera ahí para observar lo que para el ser humano tiene sentido.

El relato de Dürrenmatt regresó a mi memoria porque he reflexionado en las consecuencias que tiene la participación libre y espontánea en juegos de mutua observación, asumiendo un papel activo y tratando de ser personas honestas al responder (en la medida de nuestras posibilidades y a pesar del auto-engaño que, como se sabe, siempre es una posibilidad más). Para jugar a las observaciones no hay que ir muy lejos: baste el proponernos mantener un auténtico diálogo con otro ser humano. Y cuando menciono la palabra diálogo recuerdo de inmediato el libro de Tzvetan Todorov La conquista de América (Siglo veintiuno, México, 2009), donde  se lee: “Digan lo que digan, la adición de dos monólogos no es un diálogo”. Asimismo, comparto el pensamiento de Todorov  en el sentido de que sólo cuando hablamos con  otra persona no dándole órdenes sino emprendiendo un diálogo, le reconocemos una calidad de sujeto comparable con nosotros mismos. O sea que se trata de hablar pero también de escuchar a la otra persona, logrando así un diálogo en el que se van resolviendo los malos entendidos y en donde “nadie tiene la última palabra”.

Ese juego de observaciones puede entablarse entre personas de generaciones distintas (padres e hijos, abuelos y nietos, profesores y estudiantes), pero también entre amigos, esposos, novios, amantes y demás. Una vez iniciado resultará interesante observar cuántos matices,  cuántas metamorfosis y actitudes pueden surgir del diálogo: confianza-desconfianza, amor-odio,  alegría-tristeza, generosidad- egoísmo, convergencia-discordia,  son sólo algunos ejemplos de lo que sale a relucir como parte de nuestro propio ser... y del otro.  Así, con el paso del tiempo, podremos observar que todas las posibilidades del ser humano -tanto en el bien como en el mal- han estado  dentro de nosotros esperando sólo su momento para salir a la luz: a veces directamente, en forma de acciones y reacciones, otras en forma de pensamientos y sentimientos que tal vez no llegamos a poner en práctica…pero están ahí, dentro de nosotros.

Virginia Woolf  tenía clara la importancia de este juego de  observaciones. En el maravilloso ensayo que tituló Una habitación propia (Seix Barral, España, 1997) propone  que aprendamos a explorar nuestra alma y la ajena. Ella recomienda reírnos sin amargura de las  peculiaridades del otro sexo; y agrega: “Porque todos tenemos detrás de la cabeza un punto del tamaño de un chelín que nosotros mismos no podemos ver. Es uno de los favores  que un sexo podría hacerle al otro: el describir ese punto del tamaño del chelín que todos tenemos detrás de la cabeza. Pensad qué útiles les han sido a las mujeres los comentarios de Juvenal, las críticas de Strindberg. ¡Recordad con cuánta caridad y brillantez, desde los tiempos más antiguos, los hombres les han indicado a las mujeres este punto oscuro que tienen detrás de la cabeza!... No se podrá pintar un auténtico retrato de conjunto del hombre hasta que una mujer no haya descrito este punto del tamaño de un chelín”. Woolf aclara que su propuesta no es la de burlarse o ridiculizar al otro sexo: se trata más bien de un  ejercicio espontáneo de parresía que ella resume así: “Di la verdad…y el resultado será forzosamente de un interés sorprendente. Forzosamente se enriquecerá la comedia. Forzosamente se descubrirán nuevos hechos”.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues bien, voy a contar a dónde me han llevado a mí los juegos de mutua observación. Gracias a ellos, con el pasar del tiempo, he comprendido la profundidad e importancia de lo que explica Erich Fromm en su libro Sobre la desobediencia y otros ensayos (Paidós, Barcelona, 1987), especialmente, lo que menciona en esta cita:

“La esencia misma del Humanismo, la idea de que toda la humanidad está en cada uno de nosotros, se encuentra en el Renacimiento y antes de él, pero Goethe la formuló muy claramente: ‘Los hombres llevan dentro de sí no sólo su propia individualidad, sino a toda la humanidad con todas sus potencialidades’. Freud ha trasladado en cierta manera a la práctica esta idea humanista de Goethe: todo el psicoanálisis (es decir, el intento de entender lo que es inconsciente en otra persona) presupone que lo que detectamos en el inconsciente de otro está vivo en nosotros mismos. A menos que todos estemos un poco locos, seamos un poco malvados y un poco buenos, a menos que todos llevemos en nosotros mismos todas las posibilidades, buenas y malas, que existen en el hombre, ¿cómo podríamos comprender el inconsciente, el contenido no convencional, no oficial, de la mente de otra persona? (Estoy hablando, por supuesto, de comprenderlo, y no de interpretarlo de acuerdo con el manual)”.

Y me parece que esto es algo que tenía claro Jorge Luis Borges, quien en un intenso y bello prólogo que escribió para el libro que reúne los ensayos de Thomas Carlyle y de  Ralf Waldo Emerson,  De los Héroes y Hombres representativos (Grolier-Cumbre, México, 1981) nos dice que  Emerson  admira a los héroes: “…como ejemplos espléndidos de las posibilidades que hay en todo hombre. Píndaro es una prueba, para él, de mis facultades poéticas; Swedenborg  o Plotino, de mi capacidad para el éxtasis. ‘En toda obra genial’, escribe (Essays, I, 2), ‘reconocemos pensamientos que fueron nuestros y que hemos rechazado; vuelven con cierta majestad forastera’. En otro ensayo observa: ‘Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente’. Y en otro: ‘Un eterno ahora es la forma de la naturaleza, que pone en mis rosales las mismas rosas que deleitaron al romano y al caldeo en sus jardines colgantes’. Bastan las líneas anteriores para fijar la fantástica filosofía que Emerson profesó: el monismo. Nuestro destino es trágico porque somos, irreparablemente, individuos, coartados por el tiempo y por el espacio; nada, por consiguiente, hay más lisonjero que una fe que elimina las circunstancias y que declara que todo hombre es todos los hombres y que no hay nadie que no sea el universo. Quienes profesan tal doctrina suelen ser hombres desdichados o indiferentes, ávidos de anularse en el cosmos; Emerson era, pese a una afección pulmonar, instintivamente feliz”.

Comprendo lo afirmado por Borges con respecto a Emerson, entre otras razones, porque dialogando, observando y siendo observada,  he podido encontrar en mí y en las otras personas, tantas caras, tantas  posibilidades de acción y reacción… ¡tantas  metamorfosis!, que entiendo por qué  Karl Marx  decía que su frase preferida era la de Terencio: “soy humano, nada humano me es ajeno”.

Tzvetan Todorov al referirse al encuentro entre europeos y americanos dice: “Al mismo tiempo que obliteraba la extrañeza del otro exterior, la civilización occidental encontraba que tenía al otro interior. Desde la época clásica hasta el final del romanticismo… los escritores y los moralistas no han dejado de descubrir que la persona no es una, o incluso que no es nada, que yo es otro, o una simple cámara de ecos. Ya no creemos en los hombres-bestias del bosque, pero hemos descubierto a la bestia en el hombre, ‘ese misterioso elemento del alma que no parece reconocer ninguna jurisdicción humana pero que, a pesar de la inocencia del individuo al que habita, sueña sueños horribles y murmura los pensamientos más prohibidos’ (Melville, Pierre o de las ambigüedades, IV, 2). La instauración del inconsciente se puede considerar como el punto culminante de este descubrimiento del otro en uno mismo”.

Ese inconsciente del que habla Todorov, o esa alma que Virginia Woolf nos pide iluminar sosteniendo con fuerza la antorcha, es el tema de un hermoso libro escrito por D. T. Suzuki y E. Fromm, que lleva por título: Budismo Zen y Psicoanálisis (Fondo de Cultura Económica, México, 1970): cada autor explica sendos métodos de conocimiento creados en Oriente y Occidente. Fromm resume el método que utiliza el psicoanálisis humanista para alcanzar su finalidad, e indica que su principal característica tiene que ver con el intento de volver consciente lo inconsciente,  y nos recuerda que lo inconsciente tiene diferentes significados según la escuela psicoanalítica de la que hablemos; así, por ejemplo: para Sigmund Freud  y sus seguidores el inconsciente es la cuna de la irracionalidad; mientras que Carl Jung, por el contrario, ve en el inconsciente la fuente de la más profunda sabiduría humana. De tal manera, nos dice Fromm, que si consideramos el inconsciente como una especie de sótano en el que se pone todo lo que no cabe en la superestructura de  la casa, Freud diría que en dicho sótano están guardados todos los vicios del ser humano, mientras que para Jung ahí se encuentra la más profunda sabiduría.  

Fromm toma esa aparente diferencia entre Freud y Jung con respecto al contenido del inconsciente y muestra cómo ambas posibilidades conviven en lo que él y Suzuki llaman nuestro “Inconsciente Cósmico”, que contiene todas las posibilidades de la humanidad, en el bien y en el mal. Además, Fromm nos muestra lo común entre el Psicoanálisis y el Budismo Zen,  en la sugestiva sección del libro titulada: Des-represión e iluminación, de la que tomo la última cita de este collage, por estimar que es un maravilloso resumen de lo que sucede cuando jugamos a la observación. Dice Fromm:

“¿Qué sucede en el proceso analítico? Una persona siente por vez primera que es vana, que está atemorizada, que odia, aunque conscientemente se había considerado modesta, valiente y amante. La nueva visión puede lastimarla, pero abre una puerta; le permite dejar de proyectar en los demás lo que reprime en sí misma. Sigue adelante, experimenta al recién nacido, al niño, al adolescente, al criminal, al loco, al santo, al artista, al hombre y a la mujer que hay dentro de ella; entra en un contacto más profundo con la humanidad, con el hombre universal; reprime menos, es más libre, tiene menos necesidad de proyectar, de racionalizar; entonces puede experimentar por primera vez cómo ve los colores, cómo ve rodar una pelota, cómo sus oídos se abren de súbito plenamente a la música, cuando hasta ahora solamente la oía; al sentir su unidad con otros, puede tener una primera visión de la ilusión de que su ego individual separado es algo a lo que hay que aferrarse, cultivar, salvar; experimentará la futileza de buscar la respuesta a la vida por tenerse  a sí mismo, en vez de ser y convertirse en él mismo. Todas éstas son experiencias súbitas, inesperadas, sin contenido intelectual; sin embargo, después la persona se siente más libre, más fuerte, menos angustiada que nunca.”

El único comentario que podría hacer a esa cita, que tanto me gusta, es el siguiente: Se atribuye al  Rey Luis XIV de Francia la frase: El Estado soy yo. Creo que hoy ganaríamos muchísimo si cada persona lograra observar y comprender las posibilidades latentes en sí misma y en las otras personas, tanto en el bien como en el mal; y pudiera afirmar con convicción: La Humanidad soy yo… y vos también…¡por supuesto!.

 

   
         
 

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